Vaughan Williams Symphony No.5 / Symphony No.6

Presentación del Álbum

Aunque estén solo separadas por un periodo de cinco años, las Quinta y Sexta Sinfonías de Vaughan Williams, −entre sus más imponentes obras maestras– no podrían ser más diferentes. La Quinta, escrita en plena guerra, en 1943, y dedicada a Jean Sibelius, suena como una llamada para la paz y la belleza, incluido en sus momentos más sombríos y recogidos. La Sexta de 1948 evocaría en cambio los recuerdos más chirriantes de la guerra. No es en absoluto un intento del compositor para escribir una música programática, pero no podemos sino estar estupefactos por las sonoridades aullantes, desesperadas, terroríficas, por la imposibilidad de encontrar un solo momento de reposo tonal: el primer movimiento oscila como un barco en la tempestad entre el mi menor y, justo al lado pero tan lejos en el ciclo armónico, el fa menor que lo perturba todo. En el centro de este mismo movimiento, los saxófonos −saxófonos, una rareza para Vaughan Williams− siembran cizaña con una suerte de malvada reminiscencia de un aprendiz de brujo enloquecido… saxófonos que vuelven a aullar en el diabólico Scherzo, del que no hubiera renegado Shostakovich. El último movimiento se acaba de manera totalmente ambigua, como si alguien, de repente, hubiera apagado la vela sin avisar; y esto especialmente cuando, a lo largo de sus diez minutos de duración, no se aparta nunca ¡nunca! del pianissimo y sin encontrar el más mínimo reposo, ni melódico −el discurso es siempre errante− ni armónico. Una inmensa genialidad. Dirige la inspiradísima Orquesta de Liverpool el excelente Andrew Manze que, decididamente, campa a sus anchas en la música inglesa. © SM/Qobuz