Pianista, director de orquesta, compositor y pedagogo, Leonard Bernstein tuvo una vida plena. Figura destacada de la música estadounidense, el compositor de West Side Story combinó todas las influencias, el bel canto, el romanticismo de Mahler (de quien fue el intérprete más encarnado), sus principales maestros Walter Piston y Aaron Copland, sin olvidar el ritmo del jazz y las locuras de Broadway.

¿Ecléctico, Bernstein? Sin duda, pero su música es mucho más que eso; incluso ha modificado el sentido de ese pequeño matiz peyorativo con el que la calificaron los europeos, denunciando, a nivel artístico, una profusión demasiado amplia de estilos – cuestión sin objeto que América nunca se ha planteado, desde Gershwin a John Adams. Esta es, sin duda, la razón por la que el Bernstein compositor nunca cruzó hacia aquí el Atlántico, excepto con sus obras escénicas, que recientemente han obtenido un gran éxito en Francia, desde Trouble in Tahiti (Île-de-France, 1999-2000) hasta Candide, pasando por Un día en Nueva York y West Side Story – las últimas tres gracias a los esfuerzos de Châtelet en París desde 2006. Pero el mundo del concierto descuida con demasiada frecuencia sus tres Sinfonías, su Serenata, la Songfest, el Divertimento, su Aria y barcarolas y Jubilee Games, por no hablar de los Salmos de Chichester, Dybbuk y su Misa, atravesados por la cuestión existencial de la Fe... y trascendidos por el poder de la música. ¿Quién, a excepción de varios de sus alumnos, podría tocar el agitado jazz de su Prelude, Fuga and Riffs? Su piano no es mucho más fácil. Sin embargo, qué sutileza en sus preciosos Anniversaries, tocados por primera vez «en petit comité», en su hogar, en alguna cena, como lo cuenta el pianista Jay Gottlieb: «Como bocetos, retratos destinados a su esposa Felicia, a sus amigos, a sus parientes... Varios fueron publicados, e incluso tocados en público, pero Bernstein siempre quiso preservar su carácter íntimo».

Como a todos los grandes, a Bernstein le gustaba apropiarse de cualquier estilo y captar su esencia, hasta el punto de crear un nuevo objeto. Sería inútil querer aislar encasillado lo que, a priori, proviene de tal o cual tradición... Nos parece escuchar un fragmento de folklore judío e, inmediatamente, un ritmo latinoamericano viene a barrer esa primera impresión. Más adelante, Mahler aparece atormentado por un riff de jazz, y Berg se encuentra proyectado en la escena de Broadway: desconcertante Bernstein. Los garantes de una cierta tradición musicológica pueden, con razón, tirarse de los pelos tratando de distinguir e identificar los colores de este haz de luz. A finales de los años 30, entró a formar parte de The Revuers, una compañía creada por Adolph Green y Betty Comden, una legendaria pareja de letristas, entre otras, para películas como, Cantando bajo la lluvia, Un día en Nueva York y Suena el teléfono. Él ya había trabajado antes en un boceto de la música para una escena de Greenwich Village, The Girl With Two Left Feet, mientras sus estudios en la Universidad de Harvard aún no habían concluido y, Serge Koussevitzky le estaba enseñando los rudimentos de la dirección en Tanglewood.. Que importa, el espíritu de Broadway ya estaba allí; por cierto, dentro del equipo, junto a Alvin Hammer y John Frank, cantaba la petulante Judith Tuvim, quien se daría a conocer más tarde como Judy Holliday – formidable documento de 1940, ¡afortunadamente grabado en disco! (2 CD Leonard Bernstein, Wunderkind. Pearl GEMS 0005, 1998..)

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