En su obra La música francesa para piano, publicada en 1930, Alfred Cortot describe con notable exactitud todas las cualidades, incluyendo la originalidad, de la música para piano de Debussy, apenas doce años tras la desaparición del compositor. Sin tener nuestra perspectiva del tiempo, aquel gran pianista y pensador había entendido el lenguaje de Debussy en su totalidad.

«Eran necesarias la extraordinaria agudeza de percepción y la lucidez imaginativa de un artista tan delicadamente sensual como lo es Debussy para poder aprovechar e incorporar, con un gusto tan perfecto, con tanto sabor y tanta libertad, estos nuevos elementos en el lenguaje musical que era el suyo. Y a pesar de la impersonalidad aparente de la sonoridad del piano, Debussy consiguió extraer combinaciones de timbres exactamente apropiadas a sus necesidades descriptivas y tan características que las que empleaba para la orquesta o la música de conjunto, desde sus primeras composiciones.» A esta percepción sintética, Cortot añadía: «Tenía un don tan perfecto para fijar mediante sonidos las impresiones visuales, sean directas, sean sugeridas por la imaginación, las artes plásticas o la literatura, que pudo realizar plenamente su arte en un campo de sensaciones hasta la fecha prácticamente inasequible a la música.»

Si estas breves citas pueden iluminar la búsqueda de todo melómano, pueden también enseñar una vía a los pianistas –y son cada vez más numerosos– que buscan su propia interpretación en esta música tan generosa: la solución, en efecto, no reside solo en la comprensión de la estructura rítmica y armónica sino también, y sobre todo, en un imaginario sin límites, inspirado en la literatura, la pintura y los viajes o, en el caso preciso de Debussy, en sueños de viajes, dado que el compositor no se movió prácticamente de la región parisina durante toda su vida.

Son decenas, incluso centenares, de pianistas los que grabaron obras de Debussy. Por tanto, y como para toda música, no podremos encontrar nuestra versión ideal sino en el espejo que nos tienden los intérpretes en los que nos gustará encontrar una parcela de nosotros mismos. En el umbral de este año del centenario, he aquí algunas pistas para desbrozar el camino. Otras plumas, con otras sensibilidades, se expresarán aquí durante esta época conmemorativa. Llegará luego el tiempo para hacer el balance de las novedades, reediciones y redescubrimientos que habrán florecido, ya que la música para piano de Debussy se graba cada vez más en el mundo entero, prueba de la universalidad de su lenguaje y de la inanidad de una creencia otrora bien establecida según la cual solo los franceses sabrían interpretar cabalmente las obras de este compositor.

Los pioneros

Excelente pianista, Claude Debussy fue el primero en grabar sus obras. Se equiparó su pianismo al de Chopin que algunos de sus coetáneos pudieron oír. Su toque, decían, era suave y envolvente, con un carácter muy íntimo. Utilizaba el pedal con un arte consumado y prefería los teclados fáciles. Esta proximidad con Chopin no se limita al pianismo propiamente dicho. Recordamos que Debussy preparó la edición de los Estudios de Chopin en 1915 y que este profundo conocimiento desembocó en sus propios Estudios, cima y culminación de su arte. Volveremos sobre este punto. En los tiempos de Debussy, la grabación estaba en una etapa balbuceante y, si nos conmueve oírlo acompañar a Mary Garden, la creadora del papel de Melisande en 1902, no podemos juzgar su arte de intérprete dada la precariedad técnica de esta época.

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