En el cine de Pedro Almodóvar la música ha tenido siempre una enorme importancia, ya sea en forma de estudiada selección de canciones conocidas o de composiciones originales. De este modo, parece haberse aplicado a sí mismo cierta fórmula extraída de uno de sus primeros trabajos, Entre tinieblas: «La música es la que habla, la que dice la verdad sobre la vida.»

Pedro Almodóvar dio sus primeros pasos cinematográficos en el seno de la movida, el movimiento contracultural que desde los años de la transición y hasta mediados de los ochenta –una vez perdida gran parte de su virulencia–, simbolizó los deseos de cambio de una sociedad, convirtiéndose en uno de sus más simbólicos representantes. Con sus imágenes subversivas, sus diálogos descacharrantes y la espontaneidad general de su discurso el cineasta manchego conseguiría conectar con el espíritu de una generación que deseaba profundas transformaciones políticas, sí, pero también diversión a raudales. No obstante, una vez pasado ese momento, y dedicado a construir poco a poco una amplia y notable filmografía, Almodóvar iría dando progresivas muestras de madurez hasta alcanzar un más refinado dominio de su arte, llegando a conquistar los más prestigiosos galardones e incluso un Óscar por Hable con ella (2002). Madurez en la que, seguramente, algo han tenido que ver, y de modo no poco significativo, las bandas sonoras compuestas por Alberto Iglesias a partir de 1995, cuando se inicia su colaboración con La flor de mi secreto.

Crea una cuenta gratuita para seguir leyendo