El genio modernista de Picasso rebasó rápidamente el marco pictórico para irradiar la música y la danza, dos artes que le apasionaron siempre, hasta influenciar a los compositores con los que trabó amistad a lo largo de su vida.

Impregnado por las melodías andaluzas de su infancia malagueña, es sin embargo en la efervescente Barcelona, a la que se traslada para graduarse en Bellas Artes, donde Picasso podrá realmente vivir la música, en los agitados bajos fondos del Barrio Chino, sus music-halls y bodegas llenas de humo, sus prostíbulos y sobre todo Els Quatre Gats, taberna que se inspira en el Chat Noir parisiense, llena de vida, con sus tertulias sobre la revolución pictórica acompañadas por el murmullo de las guitarras.

Para Picasso, la guitarra simboliza la música. La encontramos en sus obras, espachurrada sobre el lienzo, compuesta en collage o recompuesta con trozos de cartón. El MoMa de Nueva York le dedicará una exposición en 2010, Picasso: Guitarras 1912-1914. En los albores del surrealismo, el instrumento se convierte en collages agresivos. Durante siglos, la guitarra exaltó el cante jondo, origen del flamenco, que recita sus coplas con contrastes métricos y prosódicos mimando los tormentos del alma. Los gitanos andaluces encuentran un remedio a la miseria y al dolor, cantando, hablando, gritando, el amor y la alegría. Este clamor de los sentimientos se encontrará por doquier en la obra de Picasso: en sus mujeres con caras surcadas por lágrimas (Mujer llorando, 1938), en la euforia del baile, en sus saltimbanquis de mirada vacía (Familias de acróbatas con mono, 1905)... Manuel De Falla recalcará por cierto la atracción que iba a ejercer el flamenco en un futuro amigo de Picasso: Stravinsky.

Junto con Carlos Casagemas, compañero de la escuela de Bellas Artes, Picasso deja Barcelona por París, epicentro de la vanguardia. Y se instala donde hay que estar: en Montmartre. Los rebeldes descubren la vida de Bohemia, los ritmos desenfrenados del French cancán, el Moulin de la Galette, los burdeles y las tabernas. En un año, Pablo pinta el cuadro Au Moulin Rouge, realiza esbozos del cancán y más de cincuenta dibujos, pasteles u óleos que restituyen la agitación de los cafés-conciertos frecuentados por una fauna viviendo al margen de la sociedad. Pero en el otoño de 1901, la euforia se desvanece con la muerte de Toulouse-Lautrec, pintor de los olvidados que tanto admira. Además, Picasso, no puede dejar de tener en mente el suicidio, ocurrido seis meses antes, de Casagemas, rechazado por una bailarina que cayó en sus sábanas. Picasso empieza su época azul, melancólica. La música, aquí asociada a la decadencia, desaparece de su paleta.

Crea una cuenta gratuita para seguir leyendo