A más de ocho años de la muerte de J.J. Cale, su música sigue más viva que nunca. Con su atípica mezcla de blues, folk, country y jazz, este guitarrista tan admirado por Clapton y que residió durante años en una caravana fue uno de los ermitaños más influyentes del rock.

Nada de drogas, sexo, encarcelamientos, excesos o anécdotas jugosas. ¡Nada, cero patatero! Tanto la vida como la carrera de J.J. Cale fue como un largo río tranquilo... 74 sosegados años de existencia, sin dejar de influir sutilmente sobre sus coetáneos. Y eso que tampoco puede decirse que este ermitaño eternamente mal afeitado fuera demasiado prolífico desde un punto de vista discográfico, puesto que tan solo dejó como legado unos diez álbumes en estudio. Claro que si J.J. Cale sigue siendo un artista tan esencial, a los cinco años de pasar a mejor vida, es porque fue por encima de todo un bluesman exquisito. Así que concentrémonos exclusivamente en su música...

El estilo de J.J. Cale fue único. Sensacional. Confeccionado a base de suavidad, de languidez, de calma, de tranquilidad, de pereza; en definitiva de laid back, como dicen acertadamente los anglosajones a la hora de referirse a su música. Una música identificable gracias a esa despreocupación reivindicada sin complejos, por no decir esgrimida como símbolo de un modo de vida muy diferente a la de otros artistas. E identificable también por su voz susurrante e intimista, amante del cuchicheo murmurado al oído. Una voz más próxima al tono acariciador de Mississippi John Hurt que al rugido salvaje de Howlin’ Wolf. Por no hablar de esa percusión electrónica que se percibe por ahí y por allá, a su vez ingrediente irrenunciable de su sonido. Entre 1972 y 1979 J.J. Cale grabará cinco joyas que cimentarán la celebridad de este tipo tan cool a su manera: Naturally (1972), Really (1973), Okie (1974), Troubadour (1976) y 5 (1979), todos ellos con portadas bastante sui géneris y alejadas del imaginario tradicional (rayos de luz iluminando un rostro, telones rojos, músicos guitarra en ristre...)

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