Cuantos más años pasan de la desaparición de Frank Zappa, el 4 de diciembre de 1993, más palmariamente se le echa de menos en el panorama de la música moderna. No es que se le haya olvidado, ni mucho menos, pero es que no hay nadie que remotamente se le parezca. Zappa, genio cósmico y cómico, sigue sin tener parangón, puesto que en las últimas tres décadas no ha surgido un músico capaz de conjuar como él la mayor exigencia artística con un humor absolutamente delirante.

Si Zappa hubiera sido un músico adusto y sin sentido del humor, seguramente no habría tenido un impacto tan duradero entre el gran público. Su esposa, Gail Zappa (fallecida en 2015), era la primera en reconocer la dificultad de apreciar íntegramente la totalidad de su obra: «Por lo común suelen gustar algunos discos determinados o un periodo concreto. Pero algunas veces me he encontrado a fans que me han dicho que les encanta absolutamente todo lo que grabó. Siempre me ha costado creerles. Pero aunque no sea fácil, si se escucha su obra en el orden correcto, puede llegar a gustar de principio a fin. Hay flipados capaces de disfrutarla por completo, de apreciar incluso sus creaciones más experimentales o vanguardistas. Lo sé porque formo parte de esa tribu.»

Fino observador del mundo que le rodeaba y dotado de una inmensa curiosidad, Zappa fue uno de esos artistas a los que nunca afectó la falta de inspiración. Difícilmente encontraremos un músico más prolífico, sobre todo teniendo en cuenta que la enorme cantidad de álbumes oficiales que conforman su discografía no es sino la parte visible de un enorme iceberg. «Él mismo no se tomaba demasiado en serio y sabía mirarlo todo con distancia», explica Gail, «y además no concedía demasiado valor a ciertas cosas, ni siquiera a los discos. Lo que de verdad le importaba era el modo en que los había concebido y su contenido. Guardaba todo lo que creaba, incluso elementos aparentemente ínfimos, porque tenía una visión a largo plazo. En tanto que compositor sabía que todo podía revelarse útil en un momento u otro. Sin olvidar que esos elementos materiales, como es habitual en el caso de los artistas, son los que pagan las facturas.» Pero si Zappa ha entrado en la historia de la música es por su radical libertad artística. «No sacaba sus álbumes por exigencia ajena», prosigue Gail, «sino que eran decisión exclusivamente suya. No esperaba a ver las críticas de uno para pasar al siguiente. Lo que le gustaba, más que nada, era coger su guitarra y ponerse a componer. Nunca se sabe cuándo una idea tomará forma. Así que lo grababa todo, por lo que hay una verdadera montaña de cintas para oír. No te imaginas la de tesoros que pueden todavía aparecer.»

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