El 2 de julio de 1992 moría en Badalona José Monge Cruz, Camarón de la Isla, considerado por muchos el mejor cantaor que haya existido jamás y sin el cual sería imposible comprender la historia del flamenco. Tenía 41 años cuando su voz se apagó a causa de un cáncer de pulmón y, desde ese momento, la leyenda de su nombre y de su cante comenzó a crecer hasta convertirse en el símbolo indiscutible del arte jondo (todavía hoy siguen vertiéndose sobre su tumba las cenizas de admiradores fallecidos).

La voz de Camarón sigue habitando discografías y reediciones como la que Universal acaba de presentar, con sus 18 discos oficiales y casi 200 temas grabados, una revisión de la luz que vertió sobre la música el que ha sido considerado uno de los grandes revolucionarios del flamenco. Figura que popularizó el cante y lo elevó a una aceptación social que no ocupaba hasta entonces, Camarón llevó a las últimas consecuencias aquella frase que Nietzsche escribió en su Zaratustra a finales del siglo XIX: «¡Di tu palabra y rómpete!»

Nacido en San Fernando (Cádiz, 1950), Camarón fue el séptimo de ocho hermanos. Creció en el seno de una familia humilde, hijo de Juana y Luis, canastera y herrero respectivamente, y fue su tío José quien le puso el apodo que se haría mundialmente famoso, al ver su delgadez, su pelo rubio y tez blanca. «Cuantas veces yo he pensao / Que el mundo es una mentira / Cuantos quisieran tener / Pa comer lo que otros tiran», cantaría tiempo después en Reniego haberte encontrao, tientos grabados en su disco Soy Caminante (Universal, 1974). Acaso la penuria obligue a algunas personas a defender su supervivencia con dones que aguardan más allá de las dificultades. Aún siendo un niño cantaba en las ferias, los trenes y autobuses con su amigo Rancapino, lejos de las escuelas y los libros de texto, ayudando a su padre en la herrería y contribuyendo con su cante a la necesidad viva de lo inmediato. Pues la verdadera rotura de una voz no nace solamente del virtuosismo de las artes sino de las experiencias y memorias que acompañan a los hombres en su camino. Frecuentaba la Venta de Vargas, local situado en la Plaza de Juan Vargas de su San Fernando natal, donde comenzó a cantar de manera profesional con 8 años ante grandes del flamenco como Manolo Caracol, Antonio Mairena o la Niña de los Peines. Muchas fotos de aquellos momentos decoran aún las paredes de este museo del arte flamenco y de la historia primera de Camarón.

Llegó a Madrid con 16 años de la mano de Miguel de los Reyes y, en 1968, pasó a ser fijo en el tablao Torres Bermejas, donde cantó acompañado del jerezano Paco Cepero hasta su encuentro con otro de esos nombres ilustres de la música y el repertorio flamenco: Paco de Lucía. Época de una creatividad desbordante, pasaban las horas tocando, improvisando, viajando y a cada segundo encontraban nuevas formas de expresión, canciones que afloraban sin descanso entre los dos y que afianzó una comunicación palpable y duradera. Ambos deseaban y admiraban del otro su arte y así lo confesaron durante los 25 años de amistad que compartieron. Muerto Camarón, el genio de Paco de Lucía continuó agrandando el nombre del flamenco y de la guitarra, convirtiéndose en uno de los más respetados músicos en su instrumento a nivel mundial. Un año más tarde, en 1969, grabaría con él su primer disco, El Camarón de la Isla con la colaboración especial de Paco de Lucía (Universal), con Ramón de Algeciras, hermano de Paco, a la segunda guitarra. La colaboración de estos dos talentos del cante y el toque duraría hasta 1977, dejando una herencia única de 9 discos de corte ortodoxo y respetuoso con la tradición como Son tus ojos dos estrellas (Philips, 1971), Canastera (Philips, 1972) o Soy Caminante (Philips, 1974). Fueron grabados con medios técnicos muy rudimentarios, dirigidos y supervisados por el padre de Paco, Antonio Sánchez Pecino. Son muchos y duraderos los elogios de aquellos trabajos que ya mostraban un hacer propio del cantaor, fiel al patrimonio y al legado que recibía entonces, y al guitarrista, payo con alma gitana que acabaría siendo el máximo exponente del toque flamenco.

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