Los californianos de las mil vidas, precursores del thrash metal en los 80, se han convertido, a lo largo de más de 40 años de carrera, en una banda para cualquier público. Al margen de lo que digan los puristas o los críticos, Metallica, que hoy publican ‘72 Reasons’, brillan por encima de todo.

1983: ‘Golpea tu cabeza contra el escenario como nunca lo has hecho antes. Haz que suene, haz que sangre, haz que duela de verdad. En un frenesí, piel y uñas, todos alrededor, cabezas temblando, hace un calor de mil demonios esta noche”. 2023: “Me hundo, empiezo a pensar que no existo. Demasiado lejos, ¿he ido demasiado lejos para ser salvado? Ayúdame a aguantar el día. (...) Aguanta por hoy, solo por hoy”. Estos dos extractos, el primero de Whiplash (en Kill ‘em All, su primer álbum) y el segundo de Too Far Gone? (en el flamante 72 Seasons), resumen el delta que separa a los primeros Metallica de los casi sesentones de hoy (aparte de Kirk Hammett, el miembro más veterano de la banda, que ya tiene 60 años).

Desde el punto de vista musical, esto es quizá aún más evidente. Por ridículo que parezca, Kill ‘em All representaba en el momento de su lanzamiento el colmo de la brutalidad musical, y algunas revistas de hard rock no dudaron en calificar el disco de demasiado rápido, demasiado arenoso, demasiado todo. Hoy, aunque la banda ha aligerado su ritmo medio, a buena parte de sus fans les gustaría verla batir los récords de velocidad de su juventud, en total desprecio de lo que aspiran ahora los cuatro músicos.

Metallica - Lux Aeterna
Metallica © Tim Saccenti

Mientras tanto, los “Met” han tenido demasiadas oportunidades de ver cómo sus fans les daban la espalda: un par de discos considerados demasiado blandos (Load y Reload), un cambio de look y fotos hipertrendy firmadas por Anton Corbijn, un álbum con una producción inverosímil (St Anger y su caja que suena a cacerola), pero también un dúo protagonista (James Hetfield y Lars Ulrich) al borde del divorcio, que dieron espectáculo en el DVD Some Kind Of Monster, apoyados por un pseudopsicólogo asignado para hacer de intermediario. Y luego, en 2011, el golpe de gracia: Lulu, un disco de duetos con Lou Reed conceptual y artificioso, sin ton ni son, tan pretencioso como vacío, del que nadie sale fortalecido.

Si a esto se añade la envidia ordinaria reservada a los más ricos, los más famosos o los mejores, el juego está servido: cuanto más llena estadios el grupo, más se le odia. Cuanto más los adula el público, más se van los fans originales a otra parte. En 1988, Metallica jugó estúpidamente a los dardos en uno de sus vídeos sobre un póster de Kip Winger, líder de la banda de hair metal del mismo nombre.

Treinta años después, Ulrich y compañía se han convertido en el objetivo de la “policía” (¿milicia?) que persigue a los grupos que se han vuelto demasiado comerciales y ha jurado matarlos. Cuando quieres matar a tu perro, dices que tiene la rabia. Así, Lars Ulrich, “ahora coleccionista de arte moderno, ya no puede tocar la batería”. James Hetfield, “acosado por la depresión y el alcohol, es un perdedor que nunca triunfará”. Kirk Hammettes un inútil con su wah-wah y su cara de Bambi”. En cuanto a Robert Trujillo, “es una pena, era tan bueno en Suicidal Tendencies, en Metallica no se le oye”, etc. etc.

Es tan bueno quemar a los ídolos de uno. También es tan fácil olvidar, bajo falsas pretensiones, lo que Metallica aportó al metal en su conjunto, como género líder de la aún naciente escena thrash metal. Este género también sentó indirectamente las bases para todos los que siguieron su estela. Hoy en día, el metal llena estadios enteros simplemente con su nombre y nunca se olvida de echar una mano a las seguras estrellas del mañana (pregúntele a Ghost o a la banda francesa Gojira qué opinan). El metal garantiza la visibilidad de todo un género musical, sin desairar a los medios generalistas que solo abren sus ondas o sus columnas a los éxitos de taquilla. Por cierto, se ha convertido en un negocio que da empleo a varios centenares de personas cada año.

El próximo mes de abril se estrenará 72 Seasons. Apostamos a que será demasiado de esto o demasiado poco de aquello para los ayatolás del buen gusto musical. Que será el centro de todas las conversaciones durante quince días. Que será alabado o denostado por la misma gente (que aún no lo habrá escuchado en septiembre), según el interlocutor. Porque Metallica se ha hecho demasiado grande para las mentes pequeñas. Los “Four Horsemen” siguen adelante, porque lo que no avanza se estanca. Y si hay algo que no se le puede reprochar a esta banda es que se haya estancado durante su carrera. Todo lo demás es anecdótico: los cuatro están en la cima del mundo (al menos en el lado del metal). Demasiado arriba ahora como para oír el siseo de las víboras (o dejarse engañar).

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