El cuarteto de Sheffield abandonó sus queridas tierras del norte para conquistar los charts a base de riffs incisivos, sonrisas de oreja a oreja y contoneos lascivos. Despues de The White Stripes, The Libertines y The Strokes, estos ex adolescentes ya bien entrados en la madurez han puesto el rock a dar saltos y a todo el mundo de acuerdo.

"Es mejor arder que apagarse lentamente”. Aunque Neil Young se desdijera de este adagio extraído de Hey Hey My My (Into the Black) a causa del suicidio de Kurt Cobain en 1994, sigue siendo perfectamente aplicable al mundo del rock. Y es que, cíclicamente, el género muere y renace. A veces pasa por momentos mortalmente aburridos, a veces por momentos apasionantes. Los mejores grupos se anquilosan, se duermen en los laureles y se extinguen antes de tiempo, para formar otros peores tras la desbandada general. Pero envejecer tampoco está tan mal. Y En este 2022, recién editado su séptimo álbum, los Arctic Monkeys cumplen dieciséis años y han alcanzado la madurez... Tras la sustitución de Andy Nicholson por Nick’O Malley en la época de sus primeros balbuceos, no han cambiado ni un ápice de actitud. Cuando solo contaban un año de vida The Times titulaba: “Más grandes que los Beatles”, lo que no es moco de pavo. Con un puñado de récords pulverizados, entre otros el de primer álbum vendido más rápidamente en el Reino Unido, premios a gogó y un montón de riffs que forman parte ya de la historia del rock, estos chavalotes apadrinados por Josh Homme han llegado para quedarse.

Con Whatever People Say I Am, That’s What I Am Not, de 2006, los Monkeys acogieron en su juvenil seno a una Inglaterra huérfana, narcotizada por las neurosis obsesivas de The Libertines, KO tras dos asaltos, el famoso Up The Bracket (2001) y The Libertines (2004). Así que la antorcha del rock pasaría de las islas británicas a Estados Unidos. A Detroit, con los Stripes, a Brooklyn, con The Strokes, o a Akron, con The Black Keys. Allá donde The Libertines se muestran/mostraban destroyers, insolentes y dionisíacos, los Monkeys se revelan luminosos, aplicados y apolíneos. Los nuevos ídolos ingleses tienen por otra parte más carisma que Carl Barât, buscan el apoyo de la prensa especializada más que el escándalo, se inspiran en John Cooper Clarke antes que en William Blake y le dan más a la coca (posiblemente), a Oasis y The Jam que al crack y a los Sex Pistols. Y la cosa funciona. A tope, además. Lejos de los oropeles y del hype londinense, bajo los nubarrones grises y amenazantes del norte de Gran Bretaña.

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