Jorge Bolet arrojó una nueva luz sobre la música de Franz Liszt gracias a una visión a la vez poética y lírica, muy alejada del virtuosismo gratuito y chillón oído demasiado a menudo. Al inicio de los años 1980, Jorge Bolet graba para DECCA una antología del compositor húngaro que hará historia, a la que conviene añadir otras grabaciones realizadas para el sello español ENSAYO, RCA en los años 1970, EVEREST en 1960, junto con grabaciones de estudio y de radio en los años 1950, cuando su asombrosa técnica estaba en su apogeo.

Un destino contrariado

El recorrido completamente atípico del gran pianista cubano (1914-1990) no sigue, ni mucho menos, el camino rectilíneo habitual en el caso de un músico de esta envergadura. Este intérprete comprometido con −por no decir especialista de− la música de Franz Liszt empieza a muy temprana edad una carrera de concertista y pedagogo, apenas finalizados sus estudios en Filadelfia y en Europa (Viena y París), donde fue alumno de Josef Hofmann, Leopold Godowski y Moriz Rosenthal. Entre 1939 y 1942, es el asistente del gran Rudolf Serkin en el Curtis Institute de Filadelfia. Durante la guerra, desarrolla una carrera diplomática como agregado de la embajada de Cuba en los Estados Unidos. Nacionalizado estadounidense, da clases en universidades tan prestigiosas como la de Indiana en Bloomington antes de suceder a Serkin en 1977. Es entonces cuando Europa lo descubre gracias a sus nuevas grabaciones para DECCA dedicadas a Franz Liszt. Extraño destino para un músico que, con 25 años de grabaciones discográficas a sus espaldas, se había dedicado sobre todo a la docencia.

Inseparable de los pianos Baldwin, o Bechstein, que exigía a las salas o llevaba en su remolque para cada concierto y grabación, Jorge Bolet emprendió una nueva carrera cuando tenía más de sesenta años. Con su mostacho de otra época, su elegancia impecable y sus exquisitas maneras algo obsoletas, irrumpió de repente en un mundo en el que desaparecían paulatinamente los grandes pianistas de leyenda: Wilhelm Kempff, Arthur Rubinstein, Vladimir Horowitz, Claudio Arrau o Emil Gilels.

 

Un recital decisivo

Su recital del 25 de febrero de 1974 en Carnegie Hall, disponible en QOBUZ, sigue siendo mítico. Esta velada en la que Jorge Bolet resurgió fue el preludio de una segunda carrera que iba a durar 16 años. Desde Bach-Busoni hasta la obertura de Tannhäuser reelaborada por Liszt, pasando por la integral de los Preludios de Chopin y gran número de bises, Bolet electrizó literalmente el ambiente.

Gracias al contrato firmado con DECCA, Jorge Bolet pudo grabar numerosas obras de Liszt, su compositor favorito. Había contraído el virus lisztiano en su juventud, al estar en contacto con uno de sus maestros, Emil von Sauer, que era a su vez discípulo del compositor húngaro. Jorge Bolet nos dejó unos admirables Años de peregrinación en los que estalla su temperamento a la vez virtuoso y poético junto con una sonoridad extremadamente fluida. En su grabación de los Estudios de ejecución transcendental, no sobresale tanto la velocidad en sí misma −defecto que no tuvo nunca− sino un brío excepcional, unido a un toque extremadamente variado con una gran sutileza. Adoraba las numerosas transcripciones y paráfrasis de ópera de Liszt que tocaba con deleite y espíritu muy lúdico.

 

Tempos sosegados

Al final de su vida, el arte de Jorge Bolet se basaba sobre todo en una elección de tempos generalmente más lentos y sosegados de lo habitual; podía así poner de manifiesto la melodía lisztiana y también envolverla con colores irisados sumamente tornasolados. Este gallardo septuagenario producía una música pura haciéndonos entender que Liszt era tributario del romanticismo que lo precedió y, a la vez, creador de armonías y diferentes modos de tocar, inducidos por el virtuosismo de su escritura, que harán paulatinamente desembocar la música de piano en la escritura fluida de compositores como Ravel o Debussy.

Cuando grabó, en 1960, la banda sonora original de la película de Charles Vidor, Sueño de amor (Song Without End), con Dirk Bogarde encarnando a Liszt y Capucine en el papel de la princesa Carolyne Wittgenstein, se le reprochó a Jorge Bolet su excesivo virtuosismo. A pesar de ello, la película recibe el Oscar a la mejor música: la anécdota tiene chiste cuando pensamos en la imagen inversa que será la del pianista cubano al final de su carrera.

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