Músico predilecto de Luis XIV, François Couperin (1668-1733) era la estrella del clavecín en el siglo XVIII, un instrumento prestigioso entonces en su apogeo (antes de caer en el olvido en el XIX), cuyo concepto revolucionó, arrastrando en su estela a los demás virtuosos de la época, Dandrieu o Rameau. El clavecinista canadiense Olivier Fortin comenta para Qobuz la vocación de «Couperin el Grande».

Al igual que Johann Sebastian BachFrançois Couperin nació en una de las familias de músicos más importantes de los siglos XVII y XVIII. Tras la muerte de su padre, heredó, siendo todavía niño, el puesto de organista en la iglesia de Saint-Gervais en París. Y sus primeras obras –dos misas para órgano– fueron compuestas en el marco de esta función antes de que fuera, a la edad de 25 años, oficialmente nombrado para la corte. Compuso su música instrumental –sonatas, suites y conciertos reales– para ser interpretada los domingos en presencia del rey. En cuanto a la música para clavecín solo, fue concebida por una parte para estos divertimientos dominicales y por otra para sus alumnos y, quizá, para conciertos privados reservados al rey y a la nobleza.

Couperin revolucionó el arte de la pieza de clavecín al abandonar rápidamente el modelo de la suite tradicional de danzas en boga durante la segunda mitad del siglo XVII. Los títulos de sus piezas ofrecen el reflejo de un mundo –en el que vivió y trabajó– que poseía una gran variedad intelectual y musical. «Tuve siempre un objetivo al componer estas piezas; diferentes ocasiones me inspiraron: así los títulos responden a las ideas que tuve. Me disculparán si no las revelo.»

Todas las piezas «descriptivas» de Couperin no son únicamente retratos de personas: algunas llevan títulos de escenas o lugares. Las descripciones son estilizadas pero describen atmósferas o caracteres. Couperin fue rápidamente imitado por sus coetáneos, DandrieuDaquinD’Agincourt, luego Rameau, que abandonan, en sus obras para clavecín, la suite de danzas representativa de un mundo antiguo para privilegiar las piezas de género, descriptivas o imitativas. Los compositores y teóricos de esta época intentan ante todo componer una música expresiva: «La expresión del pensamiento, del sentimiento, de las pasiones, debe ser la verdadera meta de la música», pensaba Jean-Philippe Rameau.

Rameau, casi veinte años más joven que Couperin, encarna en su obra para clavecín el estilo francés con títulos (exceptuando su Primer Libro) igualmente evocadores: Tiernas quejas, Llamada de los pájaros... Pero su obra experimenta con más ahínco los efectos de virtuosismo: baterías de fusas, cruce de manos, saltos. El clavecín está llegando a su fin.

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