El octavo álbum de Beyoncé hunde sus raíces en su Texas natal y en la dificultad de afirmar su identidad sureña, que esta vez estalla ante una América obsesionada con actitudes ensimismadas.

Los álbumes que dividen a Estados Unidos antes incluso de salir a la venta son raros en la historia de la música estadounidense. Cowboy Carter, el octavo álbum de Beyoncé, anunciado como la continuación del anterior Renaissance, que exploraba el género de la música house, es un viaje a los sonidos country, sí, pero no solo. Es una afirmación de lo que está y no está permitido en el género, interrogando de lleno la historia de esta cultura fundamentalmente americana, que se adentra en el alma del país, sus raíces, diásporas, migraciones y conflictos, seguramente la parte más etnocéntrica de la música country. Con Texas Hold ‘Em, un single lanzado en febrero de 2024 y anunciado en la Super Bowl, Beyoncé ya había logrado su principal objetivo, el que lo aplasta todo, incluso la música: hacer historia. Al convertirse en la primera mujer negra en encabezar las listas nacionales con este sencillo, dividió a las mentes más estrechas y despertó admiración. Fue el trampolín perfecto para este álbum, Cowboy Carter, impulsado por un espíritu de venganza.

La identidad tejana negra afirmada por la cantante en numerosos temas, incluido Formation de 2016, encuentra aquí una forma de continuidad. “Dijeron que mi forma de hablar era demasiado country / Y cuando llegó el rechazo, dijeron que no era lo suficientemente country”. Esta frase, cantada en el tema de apertura American Requiem, resume todo lo que este álbum contiene en términos de provocación, venganza y de la dicotomía americana. En esencia, es una forma de dejar claro que un cantante tejano, nacido de dos padres sureños, una artista de larga trayectoria que ya ha hecho incursiones sonoras en el country negro, tiene sin duda mucha más legitimidad en el género que un trompetista blanco de pacotilla de California.

Cowboy Carter es uno de los álbumes que más favorecen el culto a la personalidad de Beyoncé. En el interludio Smoke Hour Willie Nelson, sigue literalmente los pasos de artistas negros emblemáticos como Sister Rosetta Tharpe, Son House, Chuck Berry y Rick Hamilton, invitando a los que odian y a los que reniegan a seguir adelante, con la voz de Willie Nelson, invitado para la ocasión. Es poderoso, pero también eminentemente político. Musicalmente, abraza la tendencia actual de multiplicar y complejizar las armonías, de doblar, como pueden hacer Caroline Polachek y Jacob Collier, Queen en los tiempos de la Bohemian Rapsody, utilizando procesos mecánicos y tecnológicos que están a punto de ser considerados uno de los muchos estándares sonoros globales de hoy en día. Y se apropia hábilmente de las canciones Jolene de Dolly Parton (que también le dio la validación) o Blackbird de The Beatles, una elección sorprendente.


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