Un artista que decide con valentía rechazar un camino suave y cuesta abajo hacia el dinero y el éxito y embarcarse en cambio en un sofisticado y accidentado viaje hacia atrás. Probablemente ha llegado el equilibrio perfecto.

Es una historia muy peculiar, la de James Holden, y en realidad solo los aficionados a la cultura de club más sofisticada la conocen bien. De hecho, el artista inglés nació como un niño prodigio del techno/house más imaginativo y sofisticado: y por muy “imaginativo” y “sofisticado” que sea, su terreno de elección (y de acción) es esencialmente el de las pistas de baile, los clubes y los festivales donde reina el “cuatro en el suelo” y el público se cuenta por miles. Una verdadera “autopista profesional”, la que más y mejor en los últimos veinte años ha garantizado ascensos rápidos, ganancias estelares, una vida jet set para los que lo hacían bien y estaban en las pistas de éxito. Holden se encaminó por esos senderos, y de qué manera. Desde sus primeros pasos. Su talento era demasiado brillante.

La cuestión es que desde el principio empezó a dar muestras de impaciencia. El título de su primer (y esperadísimo, en la escena clubbing) álbum, The Idiots Are Winning, fechado en 2006, ya era un acto de denuncia: los “idiotas” en aquel caso eran, más o menos veladamente, el propio público que más acríticamente le alababa, los promotores que más le colmaban de dinero y un sistema industrial-artístico orientado más a la maximización de beneficios que a la utopía ético-estética del clubbing como fuerza de liberación social y artística.

James Holden - Common Land

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¿Quejas de privilegiados? En absoluto. Porque a partir de entonces, progresivamente, Holden fue abandonando cada vez más su privilegio. Empezó a rechazar ofertas para trabajar como DJ mejor pagado pero menos convincente artísticamente, empezó a huir de las salas con miles de personas para refugiarse en las salas con unos cientos como mucho y, sobre todo, empezó a explorar musicalmente, yendo más allá de las fórmulas tech-trance-house que, aunque siempre las desarrollaba con clase y originalidad, no dejaban de ser muy estrechas y definidas en sus límites. Hizo de colegial: fue a recuperar el folk, la psicodelia, algunas formas de jazz o cuasi-jazz ‘espacial’, todos lenguajes que ya se habían desarrollado en décadas pasadas y que él, humilde y respetuosamente, fue a recuperar, sin pretender nunca haber inventado el mundo. Se le ha llamado “genio” por el mero hecho de haber elegido ese camino, y hoy en día basta con ir contracorriente para pasar por más único que raro: él siempre ha rechazado este epíteto.

James Holden - In The End You'll Know

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Más incluso que los anteriores The Inheritors (2013) y The Animal Spirits (2017), que son un poco un cuaderno de viaje en la confección de la citada transformación, es este Imagine This Is A High Dimensional Space Of All Possibilities el que marca la madurez definitiva, y el resumen más convincente de tan particular trayectoria. Habiendo hecho evidentemente las paces con los fantasmas de hace veinte años, Holden recupera plenamente las mejores vibraciones de la música electrónica de baile, aquellas que hicieron mágica la primera temporada del acid house y las primeras raves británicas, transfigurándolas, sin embargo, a través de una lente prismática, evocadora, alienante. De algún modo, capta las sugerencias más intensas e icónicas, las recupera al 100%, pero las sumerge en un líquido psicodélico y dilatado. Para ello se sirve de una madurez ya definitivamente alcanzada en la construcción de los justos equilibrios entre usabilidad y experimentación, entre citacionismo y composición pura. El único defecto de este álbum es el hecho de que quizás podría haber sido diez, quince minutos más corto: pero “estirarlo” un poco es un pequeño homenaje a la dilatación chamánica que puede alcanzar la danza, cuando no es un mero medio de entretenimiento y de facturación. Un álbum absolutamente para descubrir, y disfrutar.