Una elegante batalla de resistencia estética, ética y cultural: Paolo Fresu y Omar Sosa vuelven a unir las armas creativas para completar una trilogía que comenzó incluso hace una década

Una trilogía de más de una década: de hecho, fue en 2012 cuando Paolo Fresu y Omar Sosa dieron a luz, con Alma, el primer capítulo de una saga que más tarde desembocaría en 2016 en Eros y hoy en Food, el acto final (... ¿pero lo será realmente?). El placer que ambos sienten al tocar juntos -quizá invitando a amigos de confianza, como el violonchelista brasileño Jacques Morelenbaum, o a otros invitados más improvisados- es evidente, y esto se desprende de un factor muy concreto: el gran cuidado que ponen en no “ponerse de los nervios el uno al otro”. Suena normal y banal; pero cualquiera que toque y quizá tenga alguna relación con el jazz sabe que la química entre músicos es algo que nunca debe darse por sentado. Es un arte sutil.

Un arte con dinámica bidireccional, por cierto. No solo existe el riesgo de que la trompeta o el saxhorno prevalezcan sobre el piano, teniendo en cuenta hasta qué punto este último es un instrumento armónico y por tanto con vocación (también) de apoyo y acompañamiento y hasta qué punto un instrumento de viento -efectos digitales aparte- no puede serlo; también existe la posibilidad de que el piano se imponga demasiado, incluso sin lanzarse a solos, precisamente para no sucumbir al protagonismo “natural” del instrumento que hace de contraparte.

Paolo Fresu, Omar Sosa - Greens (Official Video) ft KOKAYI

Paolo Fresu

Pero también existe el riesgo, y la colaboración a dúo entre Sosa y Fresu lo ha percibido más de una vez, el riesgo de que haya un “exceso de cortesía”, que haga que la música “se sienta” un poco. Sin embargo, siempre ha habido ciertos antídotos para ello: en primer lugar, la presencia de un concepto preciso, que no solo aporta una narración adicional, sino también soluciones sonoras específicas y atípicas (en este caso, diversas muestras recogidas en lugares de consumo y producción de alimentos que se encuentran dispersas entre las pistas) para reforzar el sistema. Y, otro antídoto, la presencia de invitados: ya se ha mencionado a Morelenbaum, que por supuesto está en Food, pero también está su amigo Cristiano De André -Fresu tiene ahora fuertes lazos familiares- y es muy interesante la aportación del rapero/cantante estadounidense Kokayi, así como la de la cantante sudafricana Indwe, igual de apropiada.

Pero, sobre todo, son los propios Fresu y Sosa quienes saben cuándo es el momento de no exagerar en elegancia, en “cortesía”, en fácil comunicación. La impresión, sin embargo, es que aún no se ha alcanzado todo el potencial de esta colaboración: por un lado, los mejores resultados llegan cuando el vestido es completamente acústico y para dos (Mesticanza), sin otros añadidos que normalmente no suelen faltar; por otro lado, cuando intentan utilizar la electrónica no solo para sonoridades y exploraciones rítmicas sino para verdaderas abstracciones (algunos fragmentos del Didjo final), se vislumbran vías de desarrollo que podrían dar un salto de calidad aún mayor.

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Paolo Fresu & Omar Sosa © Roberto Cifarelli

Esto no suena a crítica: en realidad Food, al igual que sus predecesores en la trilogía, es una obra de valor absoluto y completa, con momentos líricos pero también escritura sincrética (New Love In Love, acústica etno-fusión) de alto nivel. Es una escucha tranquila, madura; una escucha que transmite mensajes importantes - por ejemplo, Carlo Petrini, de Slow Food, también ha participado en la operación, con un escrito - pero haciéndolo sin gritar, sin dar puñetazos en la mesa, utilizando en su lugar la fuerza de la elegancia, la medida y la educación. Teniendo en cuenta hasta qué punto se ha convertido en un espectáculo el universo de la gastronomía, y hasta qué punto se ha vuelto cínica y mercantil la industria asociada a los alimentos que deben (¿deberían?) alimentar a todo el planeta, incluso esta sobriedad y mesura pueden convertirse en una declaración significativa. Una batalla de resistencia que es tanto estética como cultural.