La pulcritud del sonido, el diálogo interpretativo y la exportación de sonidos autóctonos han hecho de los países nórdicos el paraíso del jazz europeo. Los extremos que marcan la música escandinava han definido los nuevos límites de la improvisación: Soren Bebe, Esbjörn Svensson o Jan Garbarek son algunos de los talentos consagrados de la escena internacional.

 Desde sus orígenes a principios del siglo XX, el jazz ha ido desligándose de sus fronteras para crecer lejos de los suburbios que le vieron nacer. Esos esquejes sonoros fueron plantados en lugares tan extrañamente opuestos que, tal vez por su singularidad, lograron crear en poco tiempo una nueva corriente de expresión artística. Si las tradiciones musicales del jazz se asentaron en un principio en New Orleans (Lousiana), muy pronto comenzó a ser un artículo demandado en las grandes ciudades y consumido en círculos más heterodoxos, cruzando el Atlántico y asentándose para siempre en Europa a través de Francia y, posteriormente, en las penumbras más al norte de Europa.

Algunos grandes nombres de la escena jazzísitica norteamericana visitaron el continente en busca de un mayor reconocimiento o, tal vez, de una nueva experiencia compartida con un público que les aguardaba con reverencia: Dexter Gordon, Miles Davis, Chet Baker, Stan Getz o Don Byas, entre otros, aterrizaron con fuerza en la escena musical europea. Los países nórdicos, tan vinculados al carácter introspectivo, a los paisajes solitarios y a las bajas temperaturas, importaron esta nueva expresión artística y la tradujeron al lenguaje de sus propias emociones.  Decía el fallecido Esbjörn Svensson: “Generalizando mucho, el jazz de Dinamarca es bastante tradicional, suena muy parecido al norteamericano. El de Noruega, en cambio, es novedoso: experimentan mucho con máquinas, sonidos, colores y crean un estilo contemporáneo propio. En Suecia estamos algo así como en el medio”.

El máximo exponente del jazz nórdico en sus inicios fue, sin lugar a dudas, el contrabajista danés Niels-Henning Osted Pedersen (NHOP). Ya con quince años era solicitado por músicos de gira por su país e incluso tuvo que declinar la oferta de tocar en la orquesta de Count Basie por su corta edad. Época dorada de un jazz en expansión, compartió escenario con grandes nombres como Ben Webster, Ella Fitzgerald o el propio Bill Evans. Su técnica y la precisión con que argumentaba sus fraseos le otorgaron un prestigio merecido y fue comparado con figuras de la talla de Scott LaFaro.

 

 

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