Oxygene 7-13

Presentación del Álbum

Segundas partes no suelen ser buenas –y, si no, que se lo pregunten a los aficionados al cine, que tienen que tragarse tantas veces continuaciones insufribles–. En cualquier caso, como prolongación de su legendario álbum Oxygène de 1976, hay que reconocer que Jean-Michel Jarre compuso una pieza que al menos no desnaturalizaba su idea original y para la que recurrió a sus mejores bazas técnicas y compositivas. Veinte años antes de la primera parte el músico francés abandonaba el muy experimental Groupe de Recherches Musicales capitaneado por Pierre Schaeffer, colectivo que por entonces animaba con sus locuras el a veces aburrido campo de la música contemporánea, en cuyo seno se había familiarizado con los sintetizadores analógicos en boga por aquellos años.
En ese Oxygene 7-13 editado en 1997 Jarre se rodeó de las mismas maquinitas que facilitarían a toda una generación el echarse al monte de la música electrónica, como el sintetizador Arp 2600, el mellotron, el theremín o la célebre caja de ritmos TR-808, que tanta responsabilidad tendría en la eclosión del techno y el house.
Encerrado durante un año en su estudio de Bougival, Jean Michel Jarre proponía con el primer álbum un personal viaje al corazón de los 70, respondiendo con sus investigaciones sonoras a las de Kraftwerk o Tangerine Dream. Un ejercicio de estilo ciertamente soberbio, con algo de introspección y de homenaje (el disco estaba dedicado a Pierre Schaeffer), continuado con esta posterior propuesta a la altura de la primera entrega y que parecía salida de la misma cuba, sin que hubieran pasado nada menos que dos décadas. Y ello gracias a una pieza inicial como Pt 7, con todas las características de la original, y gracias también a esa Pt 8 de sonoridades casi trance y a la más dramática y tenebrosa Pt 9, con sus desarrollos de cuerdas sintéticas –de hecho, un tortuoso remix de Oxygène Pt 1–. Una portentosa manera de cerrar el círculo. © Smaël Bouaici/Qobuz